John Katzenbach
El Hombre Equivocado
Título original:
Traducción: Rafael Marín Trechera
– ¿Te gustaría escuchar una historia? ¿Una historia poco corriente?
– Desde luego.
– Bien, pero primero tienes que prometerme una cosa: nunca le dirás a nadie dónde la escuchaste. Y si alguna vez vuelves a contarla, en cualquier circunstancia, situación o formato, ocultarás los detalles para que no puedan relacionarla conmigo ni con las personas de las que voy a hablarte. Nadie sabrá nunca si es verdad o no. Nadie podrá descubrir su fuente exacta. Y todo el mundo creerá que es otra de las historias que tú cuentas: inventada. Pura ficción.
– Eso suena un poco exagerado. ¿De qué trata esa historia?
– De un asesinato. Se cometió hace unos años. O tal vez nunca, claro. ¿Quieres escucharla?
– Adelante.
– Entonces dame tu palabra -pidió con recelo.
– Muy bien. Tienes mi palabra.
Ella se inclinó hacia delante y tomó aliento para comenzar.
– Supongo que podríamos decir que empezó en el momento en que él encontró aquella carta de amor.
1 El profesor de Historia y las dos mujeres
Cuando Scott Freeman leyó por primera vez la carta que encontró en un cajón de la cómoda de su hija, dos semanas después de la última visita de ésta a su casa, arrugada y oculta tras unos viejos calcetines blancos, tuvo la súbita certeza de que alguien iba a morir.
No fue una sensación clara y definida, pero lo embargó con la intensidad de una amenaza inminente. Cuando logró sosegarse un poco, se quedó inmóvil y repasó una y otra vez las palabras escritas en el papel.
Nadie puede amarte como yo lo hago. Nadie lo hará jamás. Estamos hechos el uno para el otro, y nada lo impedirá.
Estaremos juntos para siempre. De un modo u otro.(Sin firma)
Estaba impresa en papel corriente y con letra cursiva, lo que le daba un aire anticuado. No pudo encontrar el sobre donde venía, así que no había ningún remite, ni siquiera un matasellos que él pudiera comprobar. La colocó sobre la cómoda y trató de alisar las arrugas que le daban un aspecto apremiante. Su hija debía de haberla estrujado antes de meterla en el fondo del cajón. Observó de nuevo las palabras y trató de creer que eran inofensivas. Un vehemente requerimiento de amor, un arrebato pasional de algún compañero de estudios de Ashley, tal vez una mera aventura que ella le había ocultado por pruritos románticos.
Pero nada de lo que pensó pudo borrar aquella sensación inquietante.
Scott Freeman no se consideraba un hombre receloso, ni proclive a la cólera o a tomar decisiones precipitadas. Le gustaba considerar detenidamente cualquier elección, examinar cada aspecto de su vida como si fuera la arista de un diamante puesto al microscopio. Era metódico por trabajo y por naturaleza, pese a que llevaba el pelo largo y desordenado para recordarse sus años de juventud a finales de los sesenta. Le gustaba vestir vaqueros y una chaqueta de pana gastada con parches de cuero en los codos. Usaba unas gafas para leer y otras para conducir, y siempre llevaba ambas encima. Se mantenía en forma haciendo ejercicio a diario, corriendo cuando el clima lo permitía o en una cinta sin fin durante los largos inviernos de Nueva Inglaterra. En parte lo hacía para compensar las ocasiones en que bebía demasiado, acompañando a veces el whisky con un porro. Scott se enorgullecía de sus clases, que le permitían ciertos alardes de vanidad cuando se enfrentaba a un aula repleta. Le encantaba su especialidad, la historia, y esperaba cada septiembre con entusiasmo, sin el cinismo que aquejaba a muchos de sus colegas de facultad. No obstante, pensaba que llevaba una vida demasiado apacible, así que ocasionalmente se permitía alguna conducta alocada; por ejemplo, un Porsche 911 de hacía diez años que conducía hasta la época de las nevadas, con rock and roll a toda pastilla en la radio. Reservaba la vieja furgoneta para los inviernos. Tenía algún ligue ocasional, pero sólo con mujeres de más o menos su edad, más realistas en sus expectativas, y reservaba sus pasiones para los Red Sox, los Patriots, los Celtics, los Bruins y todos los equipos deportivos de la facultad.