Читать онлайн «El Baron De Mnchhausen»

Автор Рудольф Эрих Распе

Rudolf E. Raspe

Historias de caza

Sobre los perros y caballos del Barón

Aventuras durante su cautiverio

Primera aventura en el mar

Segunda aventura en el mar

Tercera aventura en el mar

Cuarta aventura en el mar

Quinta aventura en el mar

Sexta aventura en el mar

Séptima aventura en el mar.

Octava aventura en el mar

Novena aventura en el mar

Décima aventura en el mar

Viaje subterráneo y otras aventuras

Rudolf E. Raspe

El Baron De Münchhausen

Viaje a Rusia y a San Petersburgo

Emprendí mi viaje a Rusia a mediados del invierno, suponiendo con toda razón que la nieve helada volvería más transitables los caminos del norte de Alemania, Polonia, Curlandia y Livonia que, según las descripciones de los viajeros, son aun menos practicables que los que conducen al Templo de la Virtud, sin que esta temporaria mejoría de la pavimentación produzca gasto alguno a los gobiernos de dichos Estados.

Viajaba a caballo, sin duda el mejor y más cómodo medio de transporte, siempre y cuando caballo y jinete sean buenos. Así se evita uno el tener que detenerse en cada posta para que un conductor apague su sed.

Iba ligeramente vestido, lo cual me fue resultando más y más incómodo a medida que avanzaba hacia el Nordeste, y la temperatura descendía.

Imaginaos, entonces, cuál sería el sufrimiento de un pobre anciano que encontré en una llanura de Polonia azotada por el viento, echado al borde del camino, casi muerto de frío y sin tener con qué cubrir sus heladas vergüenzas.

Tanto me afligieron las penurias de aquel pobre viejo que, aunque mi corazón se helara en mi pecho, le puse encima mi capa. Apenas lo había hecho cuando, desde los cielos retumbó una voz que me bendecía por mi gesto de piedad:

– ¡Que el diablo me lleve, hijo mío, si por esta obra no recibes tu recompensa!

Acto seguido, proseguí rápidamente mi marcha hasta que me sorprendió la oscuridad de la noche. Por ninguna parte se veía señal alguna de un pueblo donde poder refugiarme. El país entero estaba cubierto de nieve y yo no conocía los caminos.

Al fin, rendido por la fatiga, desmonté y sujeté las riendas de mi caballo a una especie de tocón que sobresalía de la nieve.

Por precaución me coloqué las pistolas bajo el brazo y me eché a dormir en el suelo. Tan agotado estaba que, cuando desperté, el Sol ya brillaba bien alto. Entonces, y para mi sorpresa, descubrí que me encontraba acostado en medio de un pueblo, en el cementerio de la iglesia. De mi caballo no había huellas, pero de pronto lo oí relinchar por encima de mi cabeza. Alcé la vista y vi con asombro que el pobre animal colgaba atado de la cruz del campanario.

De inmediato comprendí lo que había sucedido. Por la noche, había llegado al pueblo totalmente cubierto de nieve. Con el paso de las horas, al calor del Sol, la nieve se había ido fundiendo lentamente, haciéndome descender hasta el suelo. En la oscuridad, había creído atar mi caballo a un tocón, cuando en realidad lo estaba sujetando a la cruz del campanario, única parte de la iglesia que sobresalía de la nieve. Sin perder tiempo, apunté una de mis pistolas y disparé contra las bridas, recuperando así mi montura.